“La novedad de Nicea radica en que Dios se ha hecho cercano en el rostro mismo de su Hijo”, aseveró el profesor Samuel Sueiro, cuando, en la tarde de hoy, frente al nutrido público congregado tanto en el salón de actos de nuestro Instituto como a aquellos que pudieron seguir esta jornada a través de internet, impartió la segunda conferencia del ciclo ‘Los Jueves del ITVR’. Así, bajo el título “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios”, el misionero ofreció, desde las mismas palabras pronunciadas por Pedro en el evangelio de Mateo, las resonancias de Nicea para nuestra confesión de fe y los desafíos que nos interpelan en siglo XXI.
Más que una lección académica, la exposición fue una experiencia de comunión que supo dar con la clave del subrayado teológico del primer concilio ecuménico, pues al igual que hace 1700 años, hoy la sociedad nos emplaza a responder a interrogantes muy serios: ¿Quién es Dios? ¿De qué Dios habláis? ¿Quién es Jesús? ¿Qué decís cuando decís Dios y de quién habláis cuando habláis de Jesús? Ofreciendo respuestas, Sueiro propuso recuperar la serenidad del símbolo niceno como sostén de una fe madura y orante: “Al Cristo de Nicea se le puede rezar”, recordó, evocando las palabras del Symbolum Fidei con las que el propio texto conciliar selló su confesión eterna.
“Un acontecimiento permanente de fe”
Samuel Sueiro abrió su intervención recordando que el Concilio de Nicea no fue solo una discusión teológica del pasado, sino “un acontecimiento permanente de fe”, que sigue guiando la autocomprensión cristiana de Jesús como verdadero Hijo de Dios. En su exposición, el religioso claretiano subrayó que Nicea fue una encrucijada histórica en la que la Iglesia se vio obligada a responder a la cuestión de un Dios digno de nuestro crédito. A partir de esta formulación, el P. Sueiro presentó la tensión central que marcó aquel concilio: el enfrentamiento entre el arrianismo —que concebía a Cristo como una criatura subordinada a Dios— y la fe nicena, que lo proclamó “Dios verdadero de Dios verdadero, consustancial con el Padre”. Con un lenguaje claro y profundo, el experto explicó que Nicea no introdujo novedad, sino que sobre todo protegió la literalidad del Evangelio frente a interpretaciones filosóficas que debilitaban el misterio de la filiación divina de Cristo.
Un Dios que se revela y se dona
Siguiendo la estructura de su ponencia, y desde la explicación que nos brindan padres de la Iglesia como san Atanasio de Alejandría, y otros teólogos como Olegario González de Cardedal, Joseph Ratzinger y Hans Urs von Balthasar, Sueiro afirmó que la auténtica fe cristiana confiesa en Cristo una igualdad de ser, vida y amor con el Padre, y no simplemente en una proximidad moral o funcional. Las consecuencias directas para nosotros, sus criaturas, nos sitúan en un acto de fe que siempre recibiremos “desde la humildad del pensamiento”. “Nicea viene a constatar que el pensamiento humano, por sí solo, accede a una idea de Dios que en el fondo es insuficiente si no se abre a un misterio revelado que se presenta a nosotros, a veces en forma de paradoja, y que nunca se puede resolver del todo. Para conocerlo, necesitamos estar abiertos a Dios, a que Él sea más de lo que de Él pensamos. Ese ‘más’ está consignado en la revelación”, concluyó.
Y desde este punto el experto infiere el último apartado de su exposición, aquel que muestra cómo Nicea, “enseñándonos la humildad del lugar desde el que tenemos que situarnos”, muestra que la relevancia de la cuestión sobre Dios radica en aceptar que solo un Hijo plenamente divino puede salvarnos y hacernos partícipes de la filiación que Él vive con el Padre, “pues Jesucristo nos ha prometido ser hijos en el Hijo, y es lo que buscamos: tener una cercanía para con Dios tal que pueda salvarnos”. Por ello, habremos de situarnos en la búsqueda de una mirada contemplativa que nos permita percibir la autorrevelación de Dios en toda su amplitud. Es decir, “acceder a la realidad de Dios fundándonos en su descenso a la nuestra”, recordó el religioso. “En último término, para la fe cristiana el camino de acceso a Dios no es una conquista, sino una conversión que discurre por la misma senda que Dios mismo ha recorrido para llegar al hombre”, finalizó.