“Me piden que hable del afecto y del lenguaje, y yo comenzaré callando y dando a otros mis palabras”, inició su conferencia el P. Adrián de Prado. Y así, el misionero claretiano, dio voz a dos mujeres a medio camino entre la ficción y la realidad. La primera de ellas fue Doña Rosita ‘La soltera’, de Federico García Lorca, en el momento en que confiesa la angustia de amor que sufre desde hace 30 años, cuando a quien quiso la dejó sin compañía. “Hay cosas que no se pueden decir porque no existen palabras para decirlas”, escribe el poeta. La otra voz es la da Teresa, la santa de Ávila, en la obra ‘La lengua en pedazos’, de Juan Mayorga. Ambas recrean cómo viven un afecto cuando llega a su centro, y de tal modo Rosita y Teresa, dos mujeres afectadas, exponen la afección en su forma particular. “Ambas coinciden en lo arduo que les resulta contar su pasión y decir sus amores; y por otro lado, quieren mostrar aquello que las atraviesa de parte a parte”, explicaba el profesor de la Universidad en Comillas y también en el ITVR.
Sin embargo, las dos están lejos una de otra, pero “¿qué ha ocurrido para que una diste tanto de la otra, cuando la primera ve el amor como una mano oscura y la segunda como una llama viva?”, formulaba De Prado. “Esa pregunta nos la podemos hacer nosotros ¿cuáles son nuestros dichos de amor?”, remachaba.
“Importa no confundir nuestros afectos con la raíz que late al fondo, siendo una afección definitiva que busca su expresión”, advertía refiriéndose a ella. Pero decir lo indecible “hunde sus raíces en el misterio mismo”. “Todo un Dios quiere afectar a sus criaturas de modo que ellas quedan a merced de su mano blanda”. Y finalemente “el ser humano está constantemente alterado por el Altísimo, quien a su vez vive una pasión de amor por nosotros”, expuso bellamente.
“Dios afecta al hombre en lo más interno posibilitando en nosotros una manera de decirse enamorados, pero sucede además que existe una relación paradójica entre ese afecto raíz y su lenguaje”, advertía. “Fuera de Cristo no hay creyente cuyo hablar esté a la altura del amor”. Porque entre el afecto y su lenguaje hay una distancia insalvable, y además, “se trata de una dificultad que no depende de nuestro lenguaje, sino de la cosa misma, de la naturaleza de esa afección que llegándonos al corazón lo excede por los cuatro costados”.
Pero, por otro lado, sabemos también que “el silencio es imposible”, sentenció. Y esto no podría ser de otro modo porque la expresión de las mociones de nuestro corazón forman parte de él”, y “al mismo tiempo, el lenguaje es parte medular del amor: si renunciáramos a la comunicación nuestro corazón se quedaría huérfano”.
“La afección que determina nuestra vida y nuestra forma de vida cristiana -proseguía el religioso- se padece primero y se busca después durante toda la eternidad”. El amor, pues, a veces tan doloroso, es necesario “porque partiremos sin duda y una y otra vez en su búsqueda, aunque nunca lo terminaremos de encontrar”. “Es un muero porque no muero o acaba ya si quieres”.
Y también hablamos de nuestra afección “a Quien nos afecta”, y le gritamos como tantas veces se lee en toda la Sagrada Escritura “¿Por qué te escondiste?”, ya que al fin “no podemos vivir el amor de Dios y renunciar a decirlo”.
“Sabemos que nuestras palabras son insuficientes para Dios, pero lo buscamos, porque Cristo nos habló en todos los idiomas del mundo, incluido el de la cruz”, concluyó.