La 38º Semana ha sido para nosotros una experiencia de inmersión en el alma de Pablo. Nos hemos sentido personalmente destinatarios de sus cartas. Alumnas y alumnos de nuestro Instituto Teológico de Vida Religiosa –procedentes de cuatro continentes- han sido los carteros que nos han hecho llegar a nuestras manos ese precioso regalo.
[[{"type":"media","view_mode":"media_large","fid":"3038","attributes":{"class":"media-image alignleft size-full wp-image-769","typeof":"foaf:Image","style":"","width":"403","height":"537","alt":"eucaristia_homilia.jpg"}}]]Queridas hermanas y hermanos:
La 38º Semana ha sido para nosotros una experiencia de inmersión en el alma de Pablo. Nos hemos sentido personalmente destinatarios de sus cartas. Alumnas y alumnos de nuestro Instituto Teológico de Vida Religiosa –procedentes de cuatro continentes- han sido los carteros que nos han hecho llegar a nuestras manos ese precioso regalo. La lectura y meditación de cada una de las cartas nos ha hecho testigos de la evolución espiritual y misionera de Pablo. Con él nos hemos desplazado desde Tesalónica hasta Roma, pasando por las comunidades de Galacia, la comunidad de Corinto, la comunidad de Filipos, de Éfeso. Hemos podido reflexionar sobre todo aquello que más nos concierne. Las cartas de Pablo han entrado de una forma nueva, a través de nosotros, en nuestras comunidades.
Pero el objetivo de esta experiencia era hacernos conscientes de que “nosotros -¡en plural!- somos una carta de Cristo”. No somos la única carta de Cristo, pero sí una de sus cartas, dirigida a la humanidad de nuestro tiempo, a la Iglesia de hoy.
La primera lectura de esta Eucaristía nos ha presentado a dos apóstoles de Jesús que en una circunstancia concreta de su vida se convirtieron en testigos de Jesús, en carta de Cristo. Fueron Pedro y Juan. Pero veamos en qué tipo de carta se convirtieron:
- Eran hombres sin letras, sin instrucción
- Mostraban mucha seguridad;
- Sorprendieron a los ancianos y escribas
- Ancianos y escribas descubrieron que habían sido “compañeros de Jesús”.
Se nos describe la carta de una forma muy interesante. Los destinatarios de ella son los ancianos y escribas, el sanedrín. El papel en que la carta está escrita es pobre pero resulta sorprendente y muestra rasgos muy firmes. Pronto descubre que la carta ha sido escrita por Jesús. Esta carta les resulta provocadora a los destinatarios:
- ¡Es evidente! ¡No podemos negarlo!
- No quieren que la carta se divulgue.
- Piden que se elimine el remite y la firma: ¡les prohíben mencionar ese nombre! ¡El nombre de Jesús! Les imponen la ley del silencio.
- Quieren echar la carta a la papelera.
Sin embargo, Pedro y Juan reaccionan:
- Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.
- Debemos obediencia a Dios y no a vosotros. ¡La carta tiene que llegar a los destinatarios!
Y la carta se divulgó. El pueblo acogió la pobre carta que eran Pedro y Juan. “El pueblo entero daba gloria a Dios”.
El salmo 117 dice algo respecto a ese “vosotros sois carta de Cristo”. Lo dice no en términos de comunidad-texto, sino en términos de comunidad-audio:Escuchad hay cantos de victoria en las tiendas de los justos.. Hay comunidades que cantan al Crucificado que ha sido Resucitado, al Abajado que ha sido ensalzado, al todo Compasivo.
Y ¿cómo imprime Jesús sus cartas? El evangelio de Marcos, en su síntesis final, responde a esta cuestión:
- Escoge a una mujer: María Magdalena de la cual ha borrado todo lo que el Maligno podía haber escrito e impreso en su vida. Y Jesús “con solo mirarla, vestida la dejó de su hermosura”. Llevaba impresa en sí misma las marcas del Resucitado. Se convirtió en mujer-carta de Cristo. La carta fue enviada por el mismo Jesús a sus compañeros. Pero ellos… ¡rechazaron la carta! ¡como si de una carta falsa se tratara!
- Escoge después Jesús a dos discípulos que caminan hacia una finca. Por el evangelio de Lucas sabemos cómo Jesús imprimió en ellos su carta: los selló como “carta eucarística”…. También esa carta fue enviada por el mismo Jesús a sus compañeros. Pero éstos también ¡rechazaron la carta!
- Al final, Jesús en persona quiso imprimir su carta en quienes antes tan obstinadamente rechazaron otras cartas: los Once. Hubo de borrar en ellos su incredulidad, su dureza de corazón. Y así pudo convertirlos en carta nueva. Los destinatarios serían ahora: toda la humanidad, la creación entera. Hizo de todos ellos, en comunidad, su carta, carta de Evangelio.
Y ahora, hermanas y hermanos, ¡nosotros!