Nació el 21 de septiembre de 1825. El pelo rojo de su cabeza delató desde niño la fogosidad de su corazón. La práctica de deportes como el Hosenlup austriaco –especie de lucha leonesa– y el alpinismo; los trabajos realizados en la labranza familiar; la autodisciplina que durante su vida practicó ayudaron a forjar en él un espíritu deportivo, emprendedor y superador de dificultades.
La oración, la disciplina y penitencia trapense, las fatigas apostólicas, la humillaciones y los sufrimientos mantuvieron siempre tonificado su espíritu, que podemos condensar en una frase paulina que el Abad Francisco hizo suya: "Corred, pues, de modo que lo alcancéis".
Él, en efecto, fue el primero de los atletas misioneros de Mariannhill porque fue el que comenzó esta carrera por Cristo y porque siempre marchó delante de todos. Tenía prisa porque "nuestro campo de trabajo –decía– es una parte del Reino de Dios y éste no tiene fronteras".
El 24 de mayo de 1909 con la candela de los moribundos en la mano, a modo de testigo de la carrera de relevos, y gritando la palabra "luz" pisaba la línea de meta. Continúan la carrera las congregaciones por él fundadas: Misioneros de Mariannhill y las Misioneras de la Preciosa Sangre. Está en curso su causa de beatificación.
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